Noche grande para Leo Messi y Aitana Bonmatí. Argentino y española, sin sorpresa aunque no por ello menos meritorio, fueron coronados en París como mejores futbolistas del planeta. El delantero sumó su octavo Balón de Oro, quizás su último gran reconocimiento individual, ya de retirada en la liga estadounidense, tras su mesiánica actuación en el pasado Mundial de Qatar. Mientras, la española agrandó la leyenda del fútbol español, el cuarto oro para nuestro país tras el de Luis Suárez y los dos de Alexia Putellas, y en concreto la del fútbol femenino nacional que, más allá de polémicas, muestra una salud excelente tras conquistar la Copa del Mundo el pasado verano. Un gala de sonrisas en su tramo final pero que, sin embargo, mostró un año más una gran apatía, poca carisma la de la gran fiesta burocrática del fútbol, un deporte que solo sabe vivir sobre un campo verde.
El principal problema de la entrega del Balón de Oro es su falta de emoción. Una infinita y gélida alfombra roja que los comentaristas intentan dotar de color real sin éxito, con análisis de los estrafalarios conjuntos de los futbolistas y con preguntas de lo más ramplonas. Ni siquiera las vistas parisinas la dotan de alma. Previa estéril para dar paso a una gala infumable en el que los vencedores están cantados y los sobresaltos son un sueño. Por los menos los Oscar nos dieron a Helen Mirren comiendo una grasienta hamburguesa y a Will Smith con la mano suelta demás.
Ya con el bisturí en la mano, el primer premio, el Kopa, al mejor joven, fue para Jude Bellingham, un galardón que se le queda corto al inglés, que con solo 19 años, mucho carácter y un fútbol exquisito, se ha convertido en solo unos meses en el líder absoluto del Real Madrid. Le siguió su compañero Vinicius, inmerso en una cruzada contra el racismo en el fútbol español, con el premio Sócrates, que distingue al jugador más comprometido con causas sociales. «Es triste hablar de racismo, pero hay que seguir luchando», aseguró en portugués el brasileño.
Afloraron los sentimientos durante unos minutos cuando la FIFA recordó a tres leyendas, todas ganadoras del Balón de Oro, como Bobby Charlton, Luis Suárez y Pelé, fallecimientos en el último año que dejan un vacío que el fútbol no podrá rellenar. Un paréntesis antes de que Laporta y Patri Guijarro recibiesen para el Barça el premio a mejor equipo femenino. El Manchester City, campeón de la Champions, fue el mejor masculino por segundo año consecutivo.
Avanzaba la noche, un poco más rápido de lo esperado, y fue el turno para Emiliano ‘Dibu’ Martínez, que esta vez pasó de gestos obscenos (el público francés y sus abucheos le dieron motivos para repetirlos) y recibió el trofeo a mejor portero tras fundirse en un abrazo con su padre, que fue quién, de forma inesperada, le entregó la distinción. Su papel con la selección argentina en el Mundial, sobre todo ante Francia en la final, fue motivo de sobra para ello.
De portería a portería, Erling Haaland, 52 tantos en su primera temporada en el Manchester City, se llevó el premio a mejor goleador, el rey del golpeo al primer toque que amenaza con dominar el fútbol mundial las próximas temporadas. Reconocimiento a un futbolista gigante enfriado por una actuación musical en directo y por un discurso de Novak Djokovic, número uno del tenis mundial.
Fue el serbio, sin embargo, el que pronunció el nombre de Aitana Bonmatí y le entregó el ansiado Balón de Oro, mejor jugadora del mundo la española tras una temporada grandiosa con el Barcelona y, sobre todo, con la selección española. Cuatro títulos (Liga, Supercopa, Champions League y Mundial) y los tres premios individuales a los que optaba, mejor jugadora de la UEFA, mejor jugadora del Mundial y, desde ya, propietaria del Balón de Oro. Primero en francés, luego en castellano y en catalán y finalmente en inglés, la centrocampista de deshizo en elogios hacia su club, sus compañeras y su familia, antes de alzar el puño y gritar a la reivindicación. «Tenemos una gran responsabilidad, como atletas, de crear un mundo mejor, más pacífico», sentenció la catalana de 25 años.
Y, para rematar la faena, David Beckham, el hombre que ha lanzado a la liga estadounidense a una nueva dimensión al llevar a un argentino flacucho a tierras norteamericanas, le entregó a Leo Messi su octavo Balón de Oro, el colofón a una carrera inigualable. El argentino, familiar y sin un traje estrafalario, sonrió y echó, casi con seguridad, el cerrojo a su legado en la élite. Muy paternal el delantero con las nuevas generaciones, Messi pasó revista a toda su carrera, puso en pie al anfiteatro y cerró su intervención acordándose de Maradona, que hubiese cumplido 63 años al mismo tiempo que su discípulo se hacía más eterno, si es que eso es posible.
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