febrero 14, 2025

Las mil resacas de Jack Grealish

Las mil resacas de Jack Grealish

Lo peor de la resaca no es el dolor de cabeza, la fragilidad tomietal o cualquier otro mal físico; lo peor de la resaca es la culpa. Los remorse del exceso y las vergüenzas sobre los actos de tu yo de anoche regress like a vendaval al pensamiento en un interminable mediodía. Y no hay nada que puedas hacer para aliviar esa pena. Esto lo sabe muy bien Jack Grealish (Birmingham, 1995), quien después de una fiesta sin finale fue encontrado dormido, borracho, acostado junto a una cajetilla de tabaco en una calle de Tenerife.

Era el verano de 2015, Grealish tenía 19 años y había sido uno de los pocos jugadores potables de un Aston Villa que, aunque consiguió consolidarse en la Premier, empezaba a oler un equipo de Championship. La temporada siguiente, el club al que llegó con seis años, donde su tatarabuelo se convirtió en leyenda tras levantar la FA Cup de 1905, confirmó sus machos en una temporada ridícula. Solo la ironía servía de consuelo ante un descenso que era evidente desde Navidad y el ‘He Drinks When He Want, Jack Grealish, He Drinks When He Want’, aludiendo a las borracheras de su canterano sonaban con frecuencia en Villa Park.

Pero esta no es una historia de redención ni de causas perdidas; es la experiencia de un joven mortal que conoció a todas las aristas de una juerga. Porque al mismo tiempo que el atacante expresó su talento en la Segunda inglesa y que construía un físico de jugador de élite mientras se convertía en imprescindible en el Villa, sus excentricidades extradeportivas alimentaban la sed de morbo inglesa.

Grealish gastaba (y gasta) un rapado inverosímil, tenía (y tiene) pinta de estar bajo las órdenes de Tommy Shelby y vestía (y viste) como un paisano suyo en la noche balear. También capitaneaba al Aston Villa con 23 años; recibió un puñetazo por la espalda de un aficionado que saltó al césped en St Andrew’s en un derbi contra el Birmingham City y marcó minutos después del gol de la victoria; allí se convirtió en el máximo artífice del regreso de los villanos a la élite. Además, sus conducciones con el balón cosido a su bota derecha, su capacidad natural de atracción, su pletórica autoestima, sus diminutas espinilleras, sus calcetines a media asta e, incluso, su chulesca simplicidad hacían de él un futbolista de culto.

Llegó al fin a la Premier y al instante se convirtió en uno de suNUMBERS propios. Cargó el peso del Aston Villa en sus hombros; lo salvó en su primera temporada con un golazo contra el West Ham en la última jornada de aquel fútbol pandémic y lo dejó, saneado, en las medianías de la clasificación al siguiente curso. Mientras tanto, un día después de pedir al personal quedase en casa, estrelló su coche en pantuflas mientras se saltaba el confinamiento. La explicación es simple: Jack es un hombre descarado con una idiosincrasia dualista; eres un jugador que, como de otra época fuera, su fuente de fascinación vira entre algunos destellos de genialidad y algunos escándalos.

Por pena de muchos, el City paga 120 millones de euros por él hace dos veranos. Paused on amor natal con los de Villa Park y fichaba en un lugar donde el peso de las expectativas puede ser insoportable. Grealish se asomó al abismo tras un inicio de dudas ¿Cómo un jugador que siempre fue protagonista lidiaba, de repente, con la cotidianidad?

Poco a poco, la efervescente tapa de su fútbol ha venido a rendir. Guardiola, que no suele errar en el tacto con el talento, halló un lugar en la derecha y, desde el ocaso del curso pasado, Grealish es indiscutible en las onzas celestes. Es más, su matrimonio con Haaland y Bernardo Silva en esta temporada de leyenda ciudadana es de lo más bello que el fútbol ha presenciado en los últimos tiempos.

Al final, el sábado, tras consumidor el triplete al ganar la primera Champions League de la historia del Manchester City, Grealish halló la resaca de la rención. Además de redes sociales documentadas, el de Birmingham bebió cantidades industriales de vodka, estuvo más de 50 horas de fiesta (incluida una escapada a Ibiza en la tarde del domingo con gran parte de sus compañeros de gesta), tuvo que ser escoltado por Walker en la vuelta a Inglaterra tras el fervor ibicenco y, luego, sin dormant y vestido aún con la equipación de juego, prolongar la euforia ante los aficionados del nuevo campeón de Europa.

El futbolista que no es capaz de reconocer el mapa de Gran Bretaña, es hoy un hombre feliz. “Ha sido el mejor día y la mejor noche de mi vida”, decía Grealish supo hincharse en las calles del lluvioso Manchester envuelto en una resaca perenne, pero inolvidable.