“La guerra”, dijo el cómico Jon Stewart, “es la forma que tiene Dios de enseñar geografía a los estadounidenses”. La cita, a veces mal atribuida a Ambrose Bierce o Mark Twain, sirve al historiador Daniel Immerwahr, profesor de la Universidad Northwestern, al norte de Chicago, para argumentar en su libro Cómo ocultar un imperio (Capitán Swing) que la relación que tienen sus compatriotas con sus colonias (territorios, prefieren llamarlos) es al mismo tiempo causa y consecuencia de esa ignorancia. “Los estadounidenses”, aclaró Immerwahr durante una entrevista para videoconferencia, “siempre han cultivado el antiimperialismo; está en su mito fundacional, la independencia de los británicos. Así que lo ignoran casi todo de sus posesiones de ultramar, del mismo modo que no saben colocar tantos países en el mapa. Es una ignorancia asentada en un privilegio. Si no tienes que saber cosas, si no estás obligado a pensar en el resto del mundo, es muy fácil no saberlas”.
Immerwahr volvió a su ensayo la historia imperial estadounidense como un drama en tres actos. Primero es la expansión hacia el Oeste y el genocidio de los nativos americanos, así como el mordisco tejano a México. “En esa primera parte, que concluye en 1854, el imperio no se oculta, sino que está a la vista de todos”, explica Immerwahr.
Después comienzan las aventuras de ultramar, con la anexión de decenas de islas habitadas en el Caribe y el Pacífico para garantizar el suministro de guano para la agricultura; Alaska; la absorción en 1898 de los restos del imperio español (Filipinas, Puerto Rico y Guam); la suma de Hawái, la isla de Wake y Samoa Americana y, allá en 1917, las Islas Vírgenes de Estados Unidos. En el marco del debate y en parte instigado por el libro, la National Portrait Gallery de Washington ha resumido una reconsideración de la historiográfica con una interesante exposición sobria ese tiempo titulada 1898: Visiones y revisiones del imperio estadounidense.
La tercera fase llega al término de la II Guerra Mundial y es la más paradójica de las tres. En 1945, cuando el área del país había llegado alcanzaba su apogeo y el “Gran Estados Unidos” albergaba a 135 millones de personas del área continental, Washington decidió soltar la mayoría de estos territorios en lugar de asegurarlos. Filipinas obtuvo su independencia, Puerto Rico se convirtió en Estado libre asociado ―estatus en el que aún se hallan sus habitantes, ciudadanos estadounidenses sin derecho a voto en las elecciones presidenciales― y Alaska y Hawái vencieron la resistencia racista y se cerraron en Estados por derecho adecuado.
Ahí también empieza “otro tipo de imperialismo”: el económico, tecnológico y cultural, una “coca-colonización”, as the bautizaron in France, que llega hasta nuestros días, cuando Washington aún cuenta con 750 bases en 42 países. “En esa fase, que yo llamo de ‘imperio puntillista’, cuyo caso más paradigmático es Guam, fue muy importante esa presencia militar, de la que se atribuye Estados Unidos para extender su influencia por el planeta. Las quejas ante esa influencia ya empiezan a finale del siglo XIX, pero alcanzan su culmen en la posguerra con el lema ‘¡Los yanquis se van a casa!’, un eslogan que hizo tanta fortuna que hasta los estadounidenses fueron conscientes de su existencia. Si lo piensas bien, no dices ‘coged vuestras películas e idos de aquí’, sino que demande la retirada de los soldados”.
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Más allá de esa frase pegadiza, “nada de todo eso”, escribe Immerwahr, ha dejado “mucha huella mental” en la historiografía nacional, ni, mucho menos, en el estadounidense de a pie, a cuya cabeza aún acude al pensar en su country el “mapa del logotipo”, como llamó el politólogo Benedict Anderson a la silueta redonda delimitada por Canadá, México, el Pacífico y el Atlántico. Además de los casos, este se ha sumado a Alaska y Hawái, deformados por cuestiones de diseño, sin embargo entre los puntos este y oeste de Alaska hay una longitud similar a donde se separan las costas del continente.
Esos olvidos, considera el historiador, fueron casi siempre interesados. “A principios de siglo, la palabra que empieza por ‘c’ [colonias] convertido en tabú”, escribe Immerwahr. El cambio lo marca la llegada de Woodrow Wilson a la Casa Blanca (1913-1921). “Creció en el Sur, tras la Guerra de Secession, que exploraron que había sido conquistado por el Norte”, registrado durante la entrevista. “Escribió mucho contra la idea del imperio, sobre todo el británico, pero no vio el problema en que Estados Unidos ocuparía colgante 19 años Haití. Para él, había gente apta para el autogobierno, gente blanca, y otra que no lo era, así que sus ideas coloniales estaban teñidas por el racismo”.
En unos momentos fue tan flagrante esa ocultación del imperio como tras el ataque a Pearl Harbor. Cualquier estadounidense recuerda el día, el 7 de diciembre de 1941, como “la fecha que vivirá en la infamia”, según la definición del presidente Franklin D. Roosevelt. Pocos fueron conscientes de que en este día el Ejército Japonés atacó, además de Hawai, Filipinas, Guam, y las islas de Midway y Wake, además de otras colonias británicas. Immerwahr trajo en el libro el discurso tachado y rehecho de Roosevelt, que prefirió obviar el resto de territorios para evitar confusiones y siguió en el mensaje de que la afrenta había sido en territorio estadounidense. Filipinas y Guam lo eran, pero ¿cuántos de sus compatriotas lo tenían presente?
Los habitantes de Philippinas, cuyo comandante en jefe era Roosevelt y sufrieron una ocupación de dos años, vivieron aquel olvido como una decepción. “En la guerra apareció más de un millón, lo cual demonta la teoría de Estados Unidos como un colonizador benévolo, que fue mucho mayor para el archipiélago que España, porque construyó escuelas y contribuyó a su desarrollo económico”, cuenta el historiador. “El imperialismo es siempre una forma violenta de gobierno”.
Proximidad a China
¿Y Guam? Sigue siendo ese lugar olvidado en la mitad del Pacífico al que los medios estadounidenses solo miran cuando, como la semana pasada, un ciclón arrasa con la isla o cuando ponen a trabajar a sus geopolíticos analistas: por su proximidad con China, podría ser el punto en donde se encuentra la III Guerra Mundial.
El caso de Puerto Rico se levantó una buena parte del ensayo de Immerwahr. “Hay dos fuerzas contrapuestas en esa historia: lo que los puertorriqueños querían y las intenciones de los legisladores estadounidenses, que nunca se inclinaron a considerarla parte de Estados Unidos, en gran parte porque eran etnicamente diferentes, pese a que muchos puertorriqueños se consideran blancos” , explícito. “En clave interna, tampoco fue fácil. Tras la anexión, hubo un movimiento de élite que deseaba que la isla se convirtiera en Estado. Pero para los años treinta había surgido un movimiento independentista serio, que ya no es mayoritario, aunque sigue siendo culturalmente importante. Los puertorriqueños se han acostumbrado a vivir bajo Estados Unidos, pero con una cultura diferenciada de la continental, incluyendo el hecho de que hablan español”.
El historiador consideró que el debate sobre Puerto Rico se colocó en un lugar más central desde el que intentó escribir el libro, en 2010, pesó mucho a sus compatriotas del continente, reconoció, “tienen ideas confusas sobre el tema y siguen vienen como extras”. Eso está cambiando en parte gracias a exportaciones culturales recientes, como Bad Bunny. Otro punto de inflexión llegó con el huracán María en 2017. “Cuando Trump comenzó a comportarse de un modo arrogante con Puerto Rico, eso llamó la atención sobre la isla, como una manera de oponerse a sus políticas”, apunta Immerwahr.
“Por primera vez, según las encuestas, una mayoría, seguramente corta, de ciudadanos de la isla estarían por la labor desconverter se en un Estado”, continúa. “Y hay un apoyo bipartidista que tiene la idea. Si me sorprendió este escaso convencimiento demócrata, con todos, teniendo en cuenta que probablemente les convendría en las urnas. Es razonable pensar que Puerto Rico se convierta en Estado en los próximos 15 años. Y creo que es razonable que esa campaña se déarrollara con la que podría acabar convirtiendo el Distrito de Columbia [que alberga Washington] en un Estado, del mismo modo que Alaska y Hawái lo consiguieron al mismo tiempo”.
Otro cambio inesperado desde que empezó a escribir su ensayo, aclara Immerwahr, fue la vue con la invasion rusa de Ucrania del imperio a la vieja usanza, que se lanza a la conquista de territorios. ¿Y el cambio de actitud de China? “Podrian invade Taiwán, pero no anticipo que vaya a pasar pronto. Pekín ha invertido mucho en otros tipos de expansión, como la iniciativa Belt and Road [conocida como La Nueva Ruta de la Seda] o la creación de islas artificiales en el mar de China Meridional. Es una forma de ganar territorio, pero sin arrebatárselo a nadie”.
Y entre tanto, Estados Unidos avanza en su declive imperial, opina el historiador. “En un sentido tradicional, no se está expandiendo, sino más bien contrarendo en número de bases militares. No veo ninguna anexión a la vista en el corto plazo y, en cambio, cabría imaginar que se prenda de algún territorio. Amplio, también hemos perdido poder en el escenario mundial. Aún tenemos la economía más grande y el Ejército más poderoso, pero todo eso está en proceso de debilitación. poderoso que los demás no es bueno para el mundo. En lugar de verlo como un declive, podemos verlo como algo positivo para la democracia. Los politólogos opinan que es mejor que haya un polo claro que ejerza un papel de policía. Eso se contradice con la idea de que en los últimos 50 años hemos visto cómo Estados Unidos ha disminuido su poder mientras aumentaba la paz” .
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